Reflexiones, consejos y máximas de Allan Kardec
Revista Espirita -Octubre 1858
En resumen, el peligro no está propiamente en el Espiritismo, yaque éste al contrario, puede servir de control y preservarnos sin cesar del peligro que corremos, sin nosotros saberlo; está en la propensión de ciertos médiums que muy ligeramente se creen los instrumentos exclusivos de Espiritus superiores y en una especie de fascinación que no les permite comprender las tonterías de que son intérpretes. También los que no son médiums pueden dejarse Ilevar por esto. Terminaremos este capftulo con las siguientes considerxciones:
1. Todo médium debe desconfiar del arastramiento irresistible que lo Ileva a escribir sin cesar y en los momentos inoportunos; debe ser señor de sí mismo y no escribir sino cuando él quiere;
2. No se domina a los Espiritus superiores ni siquiera a aquellos que, sin ser superiores, son buenos y benevolentes; pero se puede dominar y domar a los Espiritus inferiores Quien no es señor de si mismo no puede serlo de los Espiritus;
3. No hay otro criterio para discernir el valor de los Espiritus sino el buen sentido. Toda fórmula dada a este efecto por los propios Espiritus es abasurda y no puede emamar de Espiritus superiores;
4. Se juzga a los Espíritus como a los hombres: por su lenguaje. Toda expresión, todo pensamiento, toda máxima, toda teoría moral o científica que esté en contra del buen sentido o no corresponda a la idea que uno se hace de un Espíritu puro y elevado, emana de un Espiritu mas o menos inferior;
5. Los Espiritus superiores son siempre buenos y benevolentes; en su lenguaje nunca hay acrimonía, ni arrogancia, aspereza, orgullo, fanfarronería o tonta presunción. Hablan con simplicidad, aconsejan y se retiran cuando no se los escucha;
6. Los Espíritus inferiores temen a aquellos que examinan sus palabras, a los que desenmascaran sus torpezas y a los que no se dejan llevar por sus sofismas. A veces pueden intentar resistir, pero terminan siempre desistiendo cuando se ven más débiles;
7. En todas las cosas, simpatiza con los Espíritus buenos aquel que obre teniendo encuenta el bien, elevándose con el pensamiento por encima de las vanidades humanas al expulsar de su corazón el egoismo, el orgullo, la envidia, los celos, el odio, perdonando a sus enemigos y poniendo en práctica esta máxima del Cristo: «Hacer a los otros lo que quisiéramos que se nos haga»; los malos temen esto y se apartan de aquél.
Al seguir esos preceptos nos protegeremos de las malas comunicaciones de la dominación de los Espiritus impuros y, aprovechando todo lo que nos enseñan los Espiritus verdaderamente superiores, contribuiremos -cada uno por su parte- con el progreso moral de la Humanidad
Textos extraídos de las obras de Allan kardec.