Cuando hablamos de lazos afectivos, para la mayoría de las personas, la primera idea que llega a sus mente es el hogar; la familia consanguínea; pero “los verdaderos lazos de familia no son, pues, los de la consanguinidad, sino los de simpatía y comunión de pensamientos, que relacionan a los Espíritus antes, durante y después de su encarnación”.1
Somos seres perfectibles; es decir, estamos en una constante evolución, y con aquellos que hoy existen antipatías, en un mañana lograremos aprender a amarlos.
Vemos la gran solidaridad y el amor sublime del creador hacia sus criaturas, al permitir que amigos, hermanos, padres, hijos y enemigos se encuentren una y otra vez para apoyarse, ayudarse y rescatar deudas del pasado.
En la tierra se justifica que toda criatura encuentre asistencia de otras que respiran su mismo grado de afectividad. De modo idéntico es natural que las inteligencias que viven en las Esferas Superiores, se consagren a cuidar y guiar aquellos compañeros que recurren a la reencarnación para su progreso, y perfeccionamiento.
Los parientes en el planeta, se tornan filtros de la familia espiritual que se manifiesta más allá de la existencia física, manteniendo los lazos preexistentes entre aquellos con los cuales conviven.
Mirando las vidas pasadas de todos los componentes de la familia terrenal, ésta se encuentra formada de diversos espíritus, por cuanto en ella se hallan comúnmente cariños y odios, amigos y enemigos, para así limar las asperezas indispensables frente a las leyes del destino.
En el Libro de los Espíritus en la pregunta 204, encontramos:
Puesto que tenemos muchas existencias, ¿el parentesco se remonta a otras distintas de la actual?
«No puede suceder de otro modo. La sucesión de las existencias corporales establece entre los espíritus lazos que se remontan a vuestras anteriores existencias, y de aquí proceden con frecuencia las causas de simpatía entre vosotros y ciertos espíritus que os parecen extraños»2
El objetivo de las leyes Divinas es que todos, a través de las diversas reencarnaciones logremos convertir desafectos en lazos de fraternidad y aprender a amarnos como verdaderos hermanos.
El Espíritu de Emmanuel, nos esclarece: “En materia de afectividad, durante siglos, innumerables veces nos volvemos narcisistas y nos dejamos envolver por la voluptuosidad del placer estéril, subordinamos los sentimientos ajenos, dirigimos criaturas nobles y buenas hacia procesos de angustia y criminalidad, después de unirlos a nosotros mismos con los vínculos de promesas brillantes, de los cuales nos alejamos desapercibidamente”; pero así mismo Emmanuel nos recuerda: “La Justicia Divina alcanza también a los contraventores de la Ley del Amor y determina que se instalen en sus conciencias, los reflejos del saqueo afectivo que perpetran en contra de los otros” 3
En relación con el afecto, nada queda impune ante los ojos de Dios, el deudor del ayer, aprende a sentir el suave aroma del amor verdadero. Como mencionamos más adelante estamos inmersos en un proceso de evolución constante, donde cada vez más, los lazos afectivos se fortalecen, ya que están sustentados por la Ley del Amor. Ley que tarde o temprano llegará a envolvernos a todos, traspasando los lazos de consanguinidad y la verdadera familia será la Espiritual, donde llegaremos a amarnos como hermanos vivenciando la VERDADERA FRATERNIDAD.
Como conocedores del Espiritismo, del Consolador que nos presenta el camino correcto a seguir para que a través del estudio, compromiso y trabajo constante en nosotros mismos, se logre la responsabilidad de convertirnos en los hombres y mujeres que vivencien la doctrina, desarrollando el verdadero Sentido Moral; y que como Espiritas podamos decir aquí estamos Jesús dispuestos a Cristitifar el Afecto entre los seres de la tierra.
- KARDEC Allan: El Evangelio según el Espiritismo. Capitulo XIV: Honra a tu padre y a tu madre. Parentesco corporal y parentesco espiritual
- KARDEC Allan: Libro de los Espíritus. Libro segundo. Parentesco filial. Pregunta 204.
- EMMANUEL psicografía de FRANCISCO CANDIDO XAVIER. Vida y Sexo. Capítulo 6. Compromiso Afectivo